miércoles, 29 de mayo de 2013

EL MITO AUSTRAL


En una reciente nota publicada en el foro Traditio et revolutio y mencionada en nuestro anterior texto, uno de los foristas principales, Javier Martín, elabora un artículo relativo a la manera como según él Evola debe ser considerado de manera ‘seria’. Luego de referirse a cosas comúnmente aceptadas relativas a su doctrina, enfila de lleno en su concepción racista e indoeuropeísta relativa a la superioridad de la etnía a la cual tanto él como el expulsador del foro pertenecerían. Dice al respecto:

Axiomático resulta asimismo que la Tradición en sentido eminente, la Tradición Primordial, es de origen nórdico (hiperbóreo). En este contexto, el Norte detenta un significado no tan sólo geográfico, sino sobre todo -y al mismo tiempo- metafísico (simbolismo del Centro y del Origen)....
Ante lo cual... 
resulta evidente que no todas las razas son de origen hiperbóreo, y que no todas las tradiciones revisten el carácter de primordialidad. En efecto, frente a un origen nórdico encontramos otra “polaridad” austral, generadora a su vez de otro tipo de estirpes y pueblos, de otro tipo humano (los “hijos de la tierra” en sentido estricto); una de las ramas de las primeras migraciones árticas –tras la pérdida de la sede polar- entró en confluencia con este segundo tipo humano en tierras atlánticas hoy desaparecidas, dando lugar –entre otras- a una nueva gran corriente (la Luz del Sur) que se difundió preponderantemente por la cuenca mediterránea y norte de Africa para penetrar en Asia, desgajándose en varias tradiciones secundarias, híbridas o derivadas (básicamente de tipo “lunar”, o devocional-contemplativo).

Como nosotros somos un pueblo austral, pero además reacio en dejarse menoscabar por otros que se consideran superiores e hiperbóreos, permítaseme publicar partes de otro brillante texto publicado tiempo atrás en El Fortín por nuestro siempre apreciado Julián Ramírez y que se titulara El mito austral.



LA ANTÁRTIDA: NUESTRA HIPERBÓREA
RETÓRICOS Y CONVENCIDOS. EL MITO
En los tiempos que corren no sirven ya las palabras, los razonamientos y los argumentos. En esta situación nos encontramos no sólo los argentinos, sino también los hispanoamericanos en general. El filósofo Carlos Michelstaedter decía que hay dos clases de hombres: los retóricos y los convencidos. Hoy sobreabundan los retóricos y ejemplo de ello son los políticos. Su vida se limita a vomitar cataratas de palabras, discursos, argumentaciones cuyo fin es engañar y distraer imitando a los teros: dan el grito en un lado para poner los huevos en otro. O, como se dice en el Martín Fierro: son como los caranchos: "sobre el cuero y a los gritos". Algún pensador expresó que la palabra se inventó para engañar. A éstos no nos dirigimos, pues sería arar en el mar. Queda la otra clase de hombres, la minoría de los convencidos, que intuyen y presienten lo que está más allá de la retórica estéril y vacua. Los que comprenden lo que no se enseña en ninguna universidad ni en Internet. A esta minoría le proponemos un mito.

EL MITO Y EL SÍMBOLO DE HIPERBÓREA
Según la tradición, en una época anterior a la historia, durante la edad de oro, habría existido en el extremo norte de la tierra una isla o tierra mosteriosa, morada de seres poseedores de una trascendente espiritualidad más que humana. Se la conoce como Hiperbórea y con diversos nombres simbólicos está presente en casi todas las grandes tradiciones, herederas parciales de una Tradición primordial de la humanidad. La progresiva caída y derrumbe de esa espiritualidad original fue dando paso a ciclos posteriores a la edad de oro: la edad de Plata, la edad de Bronce, una era conocida como la de los Héroes y, finalmente, la edad del Hierro, que es aquella en la que nos encontramos, en la cual los vínculos con lo trascendente, lo espiritual y lo sagrado están totalmente disueltos y la humanidad sumida en el más crudo materialismo. Lo que tuvo su origen en Hiperbórea se encuentra en su fase final, pero no terminará hasta que una minoría viril y guerrera no le dé fin y restablezca el puente entre el cielo y la tierra.


EL MITO DEL ORIGEN AUSTRAL
Julius Evola en una nota de su obra Rebelión contra el mundo moderno (pg. 242, Ed. Heracles, Bs. As.) cita un ensayo de R. Quinton, titulado Los dos polos, hogares de origen, al que califica de notable. En ese ensayo se parte de la "hipótesis de un origen no boreal, sino austral". Según Evola tal hipótesis se refería a las tradiciones relativas a Lemuria, que se vincularían a un ciclo tan remoto que no puede ser incluido en su obra citada. Es decir que no podemos descartar uno o varios ciclos anteriores a la edad de oro de Hiperbórea. Ocurre también que los que vivimos en el hemisferio austral hemos estado siempre supeditados a todo lo que procede del hemisferio norte. Tradiciones, religión, historia, idiomas, costumbres, concepción del mundo, todo ello viene del norte y se ha internalizado en nosotros como una segunda naturaleza sin darnos cuenta de tal subordinación. Se ha repetido constantemente que el norte está "arriba" y el sur "abajo". Que el norte es el principio geográfico y el sur el fin de la tierra. Una novela de Julio Verne se titula El faro del fin del mudo, refiriéndose al instalado en la Isla de los Estados; a Tierra del Fuego se la ha calificado como "el último confín de la Tierra" y así podríamos dar varios otros ejemplos. Todo ello nos pone en una situación de total subordinación psicológica que nos lleva a esperar siempre lo que viene de "arriba", es decir, de la supuesta cabeza que dirige los destinos de la humanidad.
Ahora bien, cabe preguntarse si todavía podemos seguir esperando algo superior y espiritual de la civilización que tiene su epicentro en el norte y que hoy se encuentra transitando su etapa final de modernidad. A esta altura de los tiempos la respuesta negativa se impone. La civilización moderna liderada por Occidente ya ha contaminado a todo el mundo siendo cada vez menores las reacciones. La globalización, bajo un signo de crudo imperio de lo material y lo económico, lo arrasa todo. Los bastiones tradicionales han caído. Frente a este panorama nos preguntamos si la edad de oro o la edad de plata o la era de los héroes no puede restaurarse en el sur de la tierra. Aquí tendría nacimiento el mito que titula esta nota.
INVIRTIENDO EL MAPA
Creemos que en el espacio no existe el "arriba" o el "abajo". Se trata de denominaciones convencionales. Las fotos satelitales nos muestran a la tierra en cualquier posición. Que los mapas ubiquen al norte arriba es pues una pura convención establecida por el "norte" como una manifestación de su supremacía. En los tiempos de la cristiandad medieval, los mapas se dibujaban con Jerusalén "arriba", lo cual simbolizaba la primacía de la religión y de lo espiritual.
Tomemos un mapa que represente a Sudamérica y a la Antártida conjuntamente y démosle vuelta. Lo que está arriba abajo y viceversa, e inmediatamente tendremos una nueva visión, una diferente perspectiva. Ahora está el sur arriba y el norte abajo. En un globo terráqueo casi desaparecen las masas continentales del hemisferio boreal.
Ahora veremos una sucesión de triángulos con vértice hacia el sur. Primero, los triángulos antárticos de Argentina y Chile, luego el triángulo de la Patagonia, después, comprendiendo a éste, el triángulo de la Argentina, finalmente y a escala continental, el triángulo del continente sudamericano. Esto desde ya es sugestivo; el triángulo con el vértice hacia arriba es un simbolismo de las doctrinas herméticas y esotéricas que representa el ascenso, lo superior, el fuego, lo viril. Todo lo contrario del triángulo con el vértice hacia abajo que simboliza lo descendente y femíneo.
El triángulo antártico y el espacio ocupado por los pueblos sudamericanos aparecen así como lo que se dirige hacia arriba abandonando la decadencia del norte.
LA ANTÁRTIDA
La Antártida, ese vasto continente cubierto de hielo, nieve y cordilleras inmaculadas, puede ser también asociado a la mitología universal común a muchas tradiciones, que ubicó a las cumbres nevadas como morada de los dioses, como por ejemplo el monte Meru entre los hindúes y el Olimpo entre los griegos.
Sobre la Antártida ha flotado siempre una atmósfera de misterio que ha sido recogida en una literatura. Tenemos por ejemplo el relato de Lovecraft, Las montañas de la alucinación, la novela de Bajarvel, La noche de los tiempos, el cuento de John M. Leahy, En la tienda de Amundsen. Hay también un cuento del argentino Liborio Justo (conocido por su seudónimo Lobodón Garra) y un par de relatos de Edgar Allan Poe. Recordemos también una historieta de Oesterheld, inconclusa, titulada "La guerra de los antartes". Tampoco es ajeno a este tema algún relato del Almirante Byrd en sus vuelo sobre la Antártida en la década de 1930.
Se dirá que todo esto es literatura de ficción, pero también es cierto que así se desarrollan los mitos. Muchas veces los hombres son vehículos inconcientes a través de la literatura, de verdades que no se pueden expresar de otra manera, En alguna de estas obras –en el caso de Lovecraft y Bajarvel– se supone a la Antártida como sede original de antiquísimas civilizaciones y habitada por razas superiores. Esto no deja de provocarnos una asociación de ideas con la cita que hemos hecho más arriba de la referencia de Julius Evola al ensayo de R. Quinton.
LAS MALVINAS

Nuestros archipiélagos australes también se asocian a este mito, fundamentalmente luego de la guerra de Malvinas.
Esa guerra no se disputó por los recursos económicos, ni por necesidad de espacio vital, ni por razones étnicas o raciales. Más allá de las motivaciones políticas de sus protagonistas, allí inconcientemente se enfrentaron dos concepciones del mundo. Por un lado la del Occidente decadente, materialista, imperialista en el peor sentido de la palabra, burgués y mercantilista. Por otro lado la de un pueblo en busca de un destino, apoyado por el conjunto de las naciones hispanoamericanas, salvo las dos excepciones conocidas de Chile y de Colombia. Los argentinos presentimos en ese momento, aunque fuera en forma confusa, que la cuestión Malvinas era muy importante y que valía la pena la guerra. La ola de simpatías a favor de la Argentina en el resto de Hispanoamérica fue evidente.
Esa guerra inconclusa marcó a nivel mundial dos tendencias claras: una la de los países del norte que marchaban en forma acelerada hacia la globalización que hoy nos agobia, la otra la de los países hispanoamericanos que vieron en el sur una posibilidad común.
Por esa época una pequeña agrupación política, el Partido de la Independencia, usó dos consignas que son de plena actualidad: "ni occidentales ni orientales: australes" y, "nuestro norte es el sur".
Malvinas es pues un aporte decisivo al mito austral, es un símbolo clarísimo de la tendencia aun confusa y distorsionada de generar una nueva perspectiva para la humanidad, esta vez desde el sur.
RECAPITULANDO
Alguna vez se dijo que los poetas inspiran a los pueblos, cosa cierta si recordamos el caso de Homero. Los mitos también sirven de fuente de inspiración y de guía, fundamentalmente si son esgrimidos por élites decididas, viriles y guerreras que los infundan en el corazón de los hombres y den un sentido a su vida a través de una concepción del mundo trascendente y espiritual.
El mito antártico y austral sirven pues para eso, porque como todo los grandes mitos nos revela una verdad para ser comprendida, no enseñada. Y esto no solamente vale para los argentinos, sino también para todos los hispanoamericanos.
El ciclo iniciado en Hiperbórea asiste ya a sus últimos tiempos, Sus posibilidades hace tiempo que están agotadas y, si perdura aun, es porque no está formada todavía la orden que le dará fin, La civilización moderna es un cadáver del cual ya ha desaparecido el "rigor mortis" y en ella avanza en consecuencia la putrefacción. No en balde, tal como se ha tratado en diversos artículos de El Fortín, se va afianzando el Quinto Estado, el de los parias.


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